Pensando en agarrar la mochila, cargarla con unas pilchas, bolsa de dormir y un calentador para cebar unos mates más ricos en ese ahí aleatorio, porque por ahí todo es más limpio, pensando en rumbear sobre este verano que no es otra cosa que experimentar la catábasis obligatoria, necesaria para tener más claro el camino y desahogar los pulmones, oxigenar la sangre turbia, para sacar del baúl la añoranza de los paisajes y su gente. Brisas que solo por otros pagos están aquellas que refrescan el rostro cansado. Justo esa vision, de estar mirando el horizonte me hacen pensar en estas líneas del Facundo. Facundo es la gran obra argentina se dice. Sé quien era Sarmiento por lo menos, tiene tanto de grande como de misarable.
“De aquí resulta que el pueblo argentino es poeta por carácter, por naturaleza. ¿Ni cómo ha de dejar de serlo, cuando en medio de una tarde serena y apacible, una nube torva y negra se levanta sin saber de dónde, se extiende sobre el cielo, mientras se cruzan dos palabras, y de repente, el estampido del trueno anuncia la tormenta que deja frío al viajero y reteniendo el aliento, por temor de atraerse un rayo de dos mil que caen en torno suyo? La oscuridad se sucede después a la luz: la muerte está por todas partes; un poder terrible, incontrastable, le ha hecho, en un momento, reencontrarse en sí mismo, y sentir su nada en medio de aquella naturaleza irritada.”
Ahí, justo ahí no se me presenta ningún Dios. Cortázar diría “todos mis dioses están en la tierra”. Espero una vez más, en el lugar que lo depare, reencontrar mi nada.
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