Mirada rápida de esos días. Hay cosas que deben quedar sólo como recuerdos. Sólo para uno, porque jodemos y banalizamos algunas sensaciones si las pretendemos describir.
El martes 11 salimos para Tucumán. Buena parte del viaje fue con los ojos cerrados, me había dado cuenta que “Memorias del subsuelo” no era lo más indicado para leer en esa forma de viajar. Durante la noche recurrí a ese excelente disco que me acompaña cada vez que retomo una ruta: Vespertine, de Bjork. Vaya sonidos y vaya sueño…
En Termas de Río Hondo, Santiago, paramos para comer. Buena y opípara albóndiga con salsa roja y puré. Una gaseosa, flan y un pucho para terminar. Estamos a dos horas de la Terminal. El micro para Amaicha salía cuatro horas más tarde, así que para la casita de Tucumán nos fuimos.
Vistas más, tiempos menos, estábamos recorriendo el camino sinuoso y selvático de los Valles Calchaquíes. Tafí, mejor ni mencionarlo, ni siquiera entre paréntesis. Seguimos el camino, camino de zorros y liebres hasta Amaicha.
A las 22:30 la carpa estaba armada en Los Algarrobos. En el mismo camping nos vendieron unas empanadas con rodajas de limón para saborizar y una humita.
Comentario poco favorable merecería el museo privado “Pachamama”. El mismo dueño del museo tuvo en sus privadas manos el poder de privar a unos cuantos de las ruinas. Ahora, Las ruinas de Quilmes y Amaicha son controlados por un cacique abogado. No queda muy claro por ahí de qué lado se ejerce esa abogacía… El museo en honor a la cultura ególatra es la idea suprema, acá me quedo.
En la plaza de Amaicha veo a Martín, conocido de Buenos Aires. Vendía remeras latinoamericanistas. Cruzamos un abrazo, palabras y una promesa de juntarnos a comer un asado en el hostal “El Arca”. A la tarde noche compré unos vinos, calientes como nunca. Camino a la plaza fuimos al encuentro para compartir ese asado.
Su novia, Silvana (psicóloga), una pareja (él, percusionista, y ella, docente de música) y su hija Gala (medio difícil distanciarla de Dalí), el dueño del hostal y otra docente de física nos acompañaron en la tertulia. Cervezas, vinos, música, política, literatura, Amaicha, educación liberadora y no tanto, ensaladas y pan a la parrilla, etc.
Al rato (4 de la mañana), ya en el camping unos tucumanos me ofrecieron Fernet y mascar coca. Ahí me quedé. Todo un rato hablando de los cigarrillos. Aburrido, me fui.
Al otro día, por la noche, compartimos unas cervezas con Martín y Silvana. Quedamos en despedirnos a la mañana siguiente cebándonos unos mates, y así fue.
Tafí del Valle es como una Santa Teresita de esos puntos cardinales. Realmente ahí perdí dos días. Puedo decirlo ahora que sé cómo se camina por ahí.
Saltamos a Humahuaca. Bendita, por fin llegamos a ella. Muy cansado. El camping no garpaba. Barato seguro. A pocos metros del camping, en la puerta de una casa de familia había pegado un papel escrito con lapicera “se ofrece alojamiento”.
Nos atendió Margarita. La habitación 40 pesos por persona. La negociamos a 35. Baño compartido. Juntamos los colchones. Buenos baños de agua caliente, mate y a dormir un rato para recorrer a la noche. Empanadas y cervezas. Charla con Cuevas, viejo borracho, minero expulsado de sus pagos para terminar en Humahuaca, se fue con algunos cigarrillos míos. Ya lo volvería a encontrar y me diría “andan todos apurados” y, por supuesto, tenía razón.
Anduvimos viajando por Purmamarca, hicimos el camino de los colorados, subimos por la Cuesta del Lipán (4170 metros al nivel del mar) para ir a las Salinas Grandes. Anduve con dolor de oído durante varias horas. También ahí probé empanadas de papas y arvejas.
A la vuelta, tomando mate en la plaza me encontré con Viaje a Ixtlan, de nadie era y fue mío al final. Veremos si retorna al dueño/a.
Otro día pasó y a “Tilcareta” fuimos. Caminos hacia el Pukará. Comimos tortillas asadas rellenas con jamón y queso, tomamos agua y partimos al museo. De acuerdo en no exhibir las momias. A la profanación de tumbas algunos la llaman investigación.
Vimos un film sobre los Chané, sus rituales y artesanías que se basaban en las mascaras. Recorrimos algo más, tomamos unos mates, ojeamos un camping, cosas más, cosas menos y piramos.
En Humahuaca, a un extremo del puente que cruza el Río Grande, donde hay una feria pipona, comimos empanadas a un peso (las más ricas que encontramos, además) conos de papas fritas a dos mangos. Había que hacer tiempo. En busca de las mochilas que dejamos en lo de Margarita nos encontramos con una pareja de alemanes. Preguntas y más preguntas. Bueno, vayamos a tomar unas cervezas. Charla y brindis agradables, prometieron venir a Buenos Aires en los próximos días. Después de un par de horas nos despedimos. Tenía encima buena cantidad de cerveza como para dormir ni bien toqué los asientos del micro.
Temprano llegamos a Salta. Mates y facturas en la terminal. Dura y buena cortina de agua caía sobre la capital salteña. Aguardamos que se detenga y fuimos a recorrer. El patio de la empanda, donde siempre comí, en el mismo puesto. Helado para terminar: chocolate con cerezas y almendras con dulce de leche granizado. Unas vueltas más y pegamos la vuelta.
Tema aparte merece el perro Santillán y Juárez. El complejo que parece estar explotado para beneficio de sus bolsillos, cuando la realidad dice que era destinado y creado en su origen para dar cobijo a personas sin recursos de los alrededores para que puedan estudiar en Humahuaca. Nos han señalado tales hechos algunos habitantes del pueblo, que nada tiene que ver con sindicalistas empeñados en difamar o crear disturbios como señalan y argumentan el perro y demás. ¡Voz y justicia para los humahuaqueños!